Eternamente
Por fin estás aquí, otra
vez. Y otra vez puedo oírte llegar en silencio y sentir tus caricias pícaras
jugando entre mis largos brazos que se extienden hasta la saciedad para poder
abrazarte. Vuelvo a besar tu aliento frío y a escuchar tus cálidos susurros cuando
te acuestas a mi lado al atardecer, me estremezco, y tiemblo, no de placer,
sino de temor a no volverte a ver.
Se
ríen de mí, no porque sea triste, ni porque sea viejo, sino porque me ruborizo como
un niño al sentirte, me acuerdo del momento justo en que me enamoré de ti, y me
lleno de un segundo esplendor en el que todos callan y admiran mi repertorio de
tonos amarillos anaranjados y rojizos ardientes, pero nadie sabe que eres tú el
causante de toda esa belleza imponente. Sin embargo, nunca tienes suficiente, y
a cada soplo me vas desnudando, muy despacio, poco a poco el frío recorre mi
carne y mi semblante se torna desdichado, mortecino, esquelético e
intimidatorio. Al final, cuando ya soy totalmente tuyo y me has descubierto por
completo, te vas, me abandonas, me dejas sin más, cual desecho que no merece ni
un atisbo de compasión.
Y
como cada año, tu marcha casi me extermina, y como cada año vuelves a mí y,
otra vez, me acaricias, me susurras, me ruborizas, me desnudas, y tiemblo…, al
pensar que volverás a dejarme despojado de toda mi efímera y desmedida belleza,
quedándome en la más ridícula humillación, solo y deplorable, viviendo tan sólo
con la esperanza de que me encuentres una vez más, pues és lo único que me da
fuerzas y engendra vida en mí. Durante un largo año, me preparo, me arreglo, me hincho de orgullo
para que quedes algún día prendado de mí, y frente a tal obsesión les oigo
mofarse y decir: “Que amor tan insólito, el de un viejo roble enamorado del Otoño”.
Pero no me avergüenzo, nací para amarte, no tengo otro fin, y tú, para
seducirme, una y otra vez, y enseñarme a hacer frente a la crudeza redundante que
la vida me asigna. Sin embargo, pereceré tarde o temprano, y tú, seguirás aquí hasta
el fin de los días, y me olvidarás, eso si es que alguna vez me has recordado.
Tras
de mí se alza mi enemigo más fiero y cruel, se acerca pausadamente sin freno, presiento
que quiere consumir el bosque sin piedad. No puedo escapar. No puedo gritar, ni
tan siquiera llorar. Agito mis ramas con
desesperación, su crujir es el único grito que puedo manifestar ¿Alguien me
podrá oír? No quiero ser devorado por las llamas sin luchar, pero, ¿qué podría
un simple roble hacer? Lamento irme de este mundo sin saber si me has amado
alguna vez. Tu silencio me duele y me atormenta, tanto o más que el fuego
abrasador que me rodea.
Percibo
el ardor acechándome y el olor denso a muerte, las llamas en breve me alcanzaran.
Este es el fin, mi fin, pero sólo pienso en ti, y no puedo odiarte, tan sólo
amarte. Qué pobre desgraciado de mí.
Me
resigno, desisto en mi lucha, y discurro en cómo exhalar el último lamento. Justo
entonces, una inmensa nube gris colmada de agua se acomoda sobre mí, y descarga
su furia destripando todas aquellas llamas, desgarrándolas a mi alrededor y
disipándolas hasta su extinción. El fuego, apenas me ha rozado.
Miro
al cielo, la nube se desvanece rápidamente, como por arte de magia ¿Qué ha
pasado? ¿Lo habré soñado? O, ¿has sido tú que respondes a mis dudas, en
silencio? Respiro hondo y tu aliento cruza dulcemente con descaro entre mis
ramas despobladas, acariciándome por doquier y un escalofrío surge a su vez. Justo
entonces, muy tenuemente, puedo oír tu ronca voz susurrándome: “Qué amor el
nuestro, tan insólito, y qué tortura para mi pobre roble ser amado en el silencio,
mas mi alma te pertenece. Silencia las burlescas murmuraciones de mi parte, y anúnciales
que tuyo es el Otoño, eternamente”.
Noemí Boixader
Comentarios
Publicar un comentario