Mi nombre es Víctor






Ada volvía a casa, cuando la calle por la que había pasado minutos antes, oscura y solitaria, estaba repleta de gente envuelta en algún tipo de celebración. A penas había espacio para pasar entre la multitud. Caminaba pidiendo paso avergonzada, sin mirar a nadie a la cara, pues todo el mundo iba bien vestido a excepción de ella, que tan sólo llevaba puesto un chándal viejo. Prácticamente había superado la calle sin ser reconocida por nadie cuando una voz masculina la sorprendió llamándola por su nombre:
-          ¡Ada! ¡Ada! ¡Aquí…, aquí!
En seguida reconoció al rostro del abogado que la ayudó con los papeles de la muerte de su padre, unos meses antes. Su madre había fallecido cuando era tan sólo una niña. Se acercó a él tímidamente, no le apetecía  estar allí mucho rato, aunque nadie la mirara, ella se sentía observada por su inadecuada indumentaria.
-          ¡Cuánto tiempo! ¿Cómo estás? Veo que aún no te has ido de la ciudad –dijo el abogado.
-          Estoy bien, gracias. Sí, me está costando encontrar trabajo fuera de la ciudad, pero lo tengo en mente, no quiero quedarme mucho tiempo más por aquí.
-          Claro, te entiendo perfectamente. Si te hace falta ayuda sólo tienes que decírmelo… Mira, te presento a un amigo, que también podría ayudarte en la búsqueda de trabajo, tiene una empresa en la capital y está buscando…
Pero Ada ya no lo estaba escuchando, había un hombre, algo más joven que ella, a unos metros tras el abogado, que la estaba observando detenidamente, sin conseguir inquietarla. No era el tipo de hombre que ella solía fijarse, pues le gustaban rubios con los ojos claros, y él era precisamente todo lo contrario, sin embargo, era atractivo, tenía algo especial en su mirada, y la camisa azul marino le sentaba muy bien. Sin que ella lo esperara, aquel hombre decidió acercarse un poco más a ella, sin vergüenza pero con mucha curiosidad, y cuando justo lo tuvo a menos de un metro, se presentó:
-          Hola, mi nombre es Víctor, y te pido disculpas por si te he incomodado, confieso que te he estado mirando descaradamente, ya que… -continuó ahora con algo más de timidez-, me pareces preciosa. Hay algo en ti, que me atrae, y no entiendo muy bien qué es…
-          ¿Yo? Soy Ada, pero,…  -Ada repasó como iba vestida, el despeinado moño que se había hecho con prisas e iba sin maquillar-, voy hecha un desastre, más bien intentaba pasar desapercibida.
-          Entonces, no lo has conseguido –le sonrió con complicidad y dulzura.
Se observaron durante unos minutos, en silencio, a pesar del alboroto que había a su alrededor, ellos dos creían estar solos en ese momento, nada ni nadie podía estropear aquel momento. Víctor tenía el pelo tan negro como sus ojos, la tez clara y suave y el semblante pícaro y amable a la vez. Era un desconocido, pero Ada sentía que llevaba años frente a él, todo le era extrañamente familiar y confortable. Podría pasarse horas mirándolo sin sentirse incómoda. Algo, hasta entonces desconocido, había en él que la alteraba, con una fuerte atracción psíquica y física. Ambos sonreían, contentos, se acaban de conocer, pero para ellos no era la primera vez.
Unos amigos de Víctor aparecieron de la nada, y le susurraron al oído que había chicas mucho más guapas que esa dentro del bar esperándolos:
-          Estoy bien aquí, gracias –contestó él.
-          Ve con ellos –dijo Ada- Yo tengo que irme a casa, es tarde. –se sentía incómoda envuelta de gente tan elegante y ella tan informal.
-          Está bien, pero me gustaría que me dieras una cita para mañana y tu número de teléfono. Si quieres, claro –le sonrió con cierta complicidad.
Quedaron temprano por la mañana y Ada llegó antes de lo acordado, estaba ansiosa por volver a verlo, esta vez, se había arreglado sólo para él. Habían quedado en un pequeño estanque, muy conocido en la ciudad, rodeado de árboles, y Víctor apareció por detrás de uno de ellos, vestido con un simple chándal gris, que también sabia llevar muy bien:
-          Vaya –se rio-, veo que no nos ponemos de acuerdo con la ropa, pero tengo que admitir que estás radiante. Ayer, nada más irte, me fui a dormir, o eso quería, pues me pasé toda la noche en vela, esperando este momento. No he pegado ojo, debo estar horrible.
-          No tan horrible como ayer –le contestó ella pícaramente, y se rieron los dos.
Hablaron durante horas, muchas horas, la complicidad y los nuevos sentimientos entre ellos les hizo olvidarse incluso de almorzar. Querían aprovechar cada minuto, cada segundo, temiendo que no hubiera un mañana, y se besaron con ternura, con pasión, con necesidad de amar y ser amado, con intensidad y delicadeza, con miedo a no volverse a ver. Dos desconocidos enlazados en la nada por la pura casualidad o simple destino.
 Él de muy buena familia, y con gran poder en la ciudad, no aceptaban esa relación, ella, en cambio, tenía lo justo para ir viviendo sin que le sobrara demasiado. Se veían a escondidas, casi siempre en el mismo hotel, se encontraban y abrazaban de pie, con fuerza, durante un largo rato, mientras sus pieles se rozaban y compartían sus labios, sus lenguas saboreando el poco rato de libertad que tenían. Siempre abrazados, se subían al borde de la gran ventana cerrada de la habitación, y como si de una pompa de jabón se tratase, atravesaban el cristal y una vez en el alféizar se soltaban para saltar al vacío y, planeando, echaban a volar agarrados de la mano, lejos, muy lejos de allí.
Una tarde, tras muchos meses, Víctor le confesó:
-          Ada, debo irme de aquí, para siempre. No aguanto más esta situación, no soporto  a mi familia, voy a dejarlo todo y empezar en otro lugar con los ahorros que tengo. Ya no aguanto más.
-          No me abandones, Víctor –le rogó ella abrazándole y llorando- No me dejes.
-          Mi vida, quiero irme, pero contigo. Fuguémonos juntos, vivamos nuestra vida sin tener que escondernos, lejos de aquí, seamos libres de verdad. Jamás te abandonaría, te prometo que siempre voy a estar contigo, siempre a tu lado.
-          Yo iré donde tu vayas, aquí no me queda nada. Sólo estás tú, y se te vas, me voy contigo.
Planearon su fuga para el siguiente día. Quedaron en el estanque, a las siete de la tarde. Ada llegó antes, con una pequeña maleta. Pero Víctor no apareció a las siete, ni a las ocho, su móvil estaba apagado. Ni a las nueve, ni a las diez había señal alguna de Víctor ¿La habría abandonado?
-          ¡Víctor! –gritó asustada a la nada- ¡Víctoooooooor! –chilló con todas sus fuerzas y sollozando. Entre jadeos y ansiedad gritó su nombre tres veces más. En ese momento, Víctor apareció de detrás de un árbol, con la misma camisa con la que se conocieron, y corría hacia ella- No me has abandonado… -dijo Ada llorando intentando desesperadamente correr hacia él, cuando una misteriosa voz justo detrás de ella la frenó:
-          Ese no es Víctor. Víctor te ha dejado.
Ada se volvió para ver el rostro de aquella voz, y vio a una mujer totalmente vestida de negro, extremadamente pálida y delgada.
-          ¡No es cierto! –contestó Ada, se giró hacia donde había visto a Víctor, pero la figura de su amado había desaparecido- ¡No! ¡Víctoooooor! –De detrás del mismo árbol, apareció Víctor, pero esta vez llevaba puesto el chándal gris, corría hacia ella.
-          Ese no es Víctor, Víctor te ha abandonado –dijo de nuevo la mujer desconocida.
-          ¡Cállate! –le gritó Ada a la cara, pero cuando su rostro se volvió para buscar el de su amado, este, se había evaporado, otra vez.
-          Te lo he dicho. Acéptalo.
-          ¡No quiero! ¡No es verdad! ¡Víctor! –gritó de nuevo, y de nuevo apareció él de detrás de un árbol corriendo hacia ella, pero esta vez, Ada echó a correr para encontrarse con él y abrazarlo antes de que desapareciera, pero al tocarlo, se desvaneció- ¡No! ¡Noooooo…! Me prometiste que no me abandonarías –cayó al suelo de rodillas y lloró amargamente.
-          Te lo he dicho, pero tengo una solución para tu sufrimiento. Tengo una poción de hierbas mágicas que puede ayudarte con esto.

-          Buenos días Dr. Sáez. La paciente Ada, está a punto de empezar su rutina.
-          Muy bien, lléveme con ella.
Ada llevaba una camisa de fuerza, ella, en su interior, estaba abrazando con fuerza a Víctor, se subió al borde de la gran ventana cerrada de aquél salón fuertemente protegido del psiquiátrico, y con golpes fuertes y secos intentaba atravesar la ventana para salir con su amado volando lejos de allí. Cada golpe era más fuerte y desesperado que el anterior. Tras aquella visión, el Dr. Sáez la aisló en una habitación:
-          Ada, cuéntame, ¿a dónde quieres ir? ¿por qué quieres salir por la ventana?
-          Mi nombre es Víctor –contestó ella.
-          Ada, sabes que Víctor está muerto, murió la misma tarde en que querías fugaros de un accidente de tráfico. Víctor ya no está.
-          Sí que estoy, y estoy con ella, prometí no abandonarla jamás, y con ella me quedaré, y me la llevaré de aquí cuando menos lo esperéis.
-          Ada, por favor.
-          ¡Basta Doctor! Mi nombre es… Víctor.
El Dr.Sáez salió suspirando de la habitación, cuando una voz misteriosa de mujer lo despertó de sus cavilaciones, era una mujer de negro, muy pálida y esquelética:
-          Ada y Víctor ahora son uno, para siempre, pero eso un simple mortal jamás lo podrá comprender. Sin embargo, tengo una poción de hierbas mágicas que podrían ayudarle a entender esta historia,… y a vosotros lectores también.

















Noemí Boixader

Comentarios

Entradas populares