Nadie como tú (1er premio Biesa de St.Jordi 2018)
En la penumbra de la habitación,
bajo el reflejo del sol aún adormecido, se anuncia un nuevo día, en el que
apareces tú, recién duchada, desnuda, vistiendo solo con una de tus mejores
sonrisas y, a la vez, una de mis favoritas.
Me miras sin decir nada, y así, sin palabras ni sonido alguno, me lo
cuentas todo, porque hay un vínculo que nos estrecha y con el que siento que
sin él no sería capaz de seguir viviendo.
Te acercas, despacio, con tu
característico contoneo de caderas, y me acaricias dulcemente el mentón con tus
delicados dedos y la felicidad, otra vez, me recorre el alma llenando todo mi
ser de sensaciones que jamás encontraré las palabras exactas para describirlas.
Siempre me saben a poco tus caricias, y como no, también tus besos.
Mis ojos te siguen por la
habitación, incapaces de despegarse de ti. Quiero observarlo todo, quiero
memorizarte, quiero aprenderme cada gesto tuyo, cada movimiento que haces sin
importancia y, a la vez, pensado y estudiado, nunca dejas nada al azar, mientras
deslizas unas medias transparentes en tus piernas largas sin fin, me regocijo
en el silencio con el que llenas la estancia.
Prenda tras prenda, te vas
vistiendo, sin perderme de vista. Sabes que te estoy mirando y estoy
aprendiendo de ti, pero no te importa, al contrario, me permites el lujo de
estar cerca de ti y observarte, incluso en este momento íntimo tuyo como es
vestirte, una rutina que solo tú haces
que sea mágica y especial.
Tu pelo, largo, negro con
pinceladas de plateado brilla al tropezarse con los destellos del sol que
entran desvergonzadamente en la habitación, te lo recoges con destreza en una
coleta, y así puedo apreciar, aún más, tus grandes ojos verdes en los que se
puede ver a una mujer valiente, tenaz e inteligente, y cuando me miras desde
cerca me reflejo en unos ojos en los que me doy cuenta de que la fortuna me ha
sonreído al permitirme que seas tú la parte más importante de mi vida.
Realzas tus labios carnosos
pintándolos de color cereza, y no puedo evitar pensar cuánto me gustan las
cerezas, y más en verano, que es cuando puedo disfrutar más horas de ti, de tu
compañía, a solas.
De repente te acercas a mí, siento
que el corazón me palpita más rápido de lo normal y me ofreces tu mano. Me doy
cuenta de que debemos irnos, es tarde, pero antes te miro fijamente y te digo
con toda la inocencia que me caracteriza:
-
Cuando sea mayor, quiero ser como tú,
mamá.
-
Tú serás incluso mucho mejor que yo, mi
niña. Yo estaré a tu lado para ayudarte a serlo –me respondes con tu tierna voz.
Muchos años han pasado desde ese momento,
para mi uno de los más especiales, al cual me gusta volver y recordar de vez en
cuando, pues la frase que me dijiste la llevo grabada a fuego en mi corazón porque
sé que nunca más volveré a tener un momento como ese.
Ahora, estás frente a mí, y vuelvo
a observarte, sin embargo, soy yo quien te coloca las medias transparentes,
quien te recoge el pelo de plata en un moño, quien te pinta de carmín los finos
labios agrietados.
Y cuando miro en tus ojos cansados
ya no veo nada, solo vacío, frío y vulnerabilidad, tan solo alcanzo a ver
sombras de un pasado olvidado, en alguna parte de todos esos años que has
dejado atrás. El invierno ha llegado y con él ha traído la oscuridad que ha
congelado todos tus recuerdos, incluso aquellos que teníamos juntas.
Ya no puedes verme, no puedes
sentirme como a tu hija, ya no puedes amarme como antaño. Pero yo sí. Me acerco
a ti, y te beso con ternura la mejilla, ante este gesto inesperado de cariño
reaccionas y no puedes evitar decirme:
-
¿Y este beso? ¿Por qué? ¿Es tal vez mi
aniversario, jovencita? –me dices sin reconocerme.
-
No, mamá, es porque, aunque no te acuerdes,
te quiero y jamás te dejaré sola, siempre voy a estar contigo, a tu lado, pase
lo que pase.
Seguidamente me regalas una de tus
gratas sonrisas, sin embargo, ahora hay algo diferente en tu mirada, un atisbo
de luz, un centello de lucidez, con cierto brillo de ilusión, te acercas a mí y
me susurras al oído:
-
Cuando sea mayor, quiero ser como tú,
mamá.
Me tiembla la mano, y estoy llorando, me recuerdas, cuanto amo yo también a mamá, la falta que me hace, en todos estos años de separación. El dolor que me causa que no me reconozca más. Es cierto que desde hace 3 años me veo diferente, mucho debo decir, todo por haber estado a punto de morir. Tan diferente me veo que debo acudir a una peluca para que mi viejita me acepte. Te envío un abrazo fraterno. Disculpa mi desahogo.
ResponderEliminarNo hay nada más bonito que el amor que sientes por ella, no pidas disculpas. Aquí tienes una amiga con quien compartir emociones. Un abrazo enorme.
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