Kara y yo
Nacimos juntos
y juntos siempre vamos a estar. Me
quedaré aquí, en esta vía ferroviaria, y protegeré a mi hermana Kara.
No
podría contar las veces que mi hermana ha cuidado de mí, siempre me ha hecho de
madre. A mamá no la recuerdo, pero mi hermana
dice que se parecía mucho a mí, era de pelo oscuro y ojos claros.
Nos
escapamos juntos de esa granja, donde las palizas e insultos eran la orden del
día. A mamá la dejaron morir de inanición, de papá solo sabemos que era
guardián de ovejas. Yo soy el pequeño y más delgaducho de seis hermanos que tampoco
recuerdo. Kara dice que fueron desapareciendo, hasta que quedamos ella y yo solos.
Tras fugarnos encontramos algo de felicidad, corríamos, jugábamos por los
campos y hacíamos lo que queríamos cuando queríamos. En verano perseguíamos
mariposas y competíamos para ver quién comía más bichos voladores, luchábamos y
jugábamos al escondite entre las hierbas altas. Qué risas. En cambio en
invierno, nos acurrucábamos en un edificio abandonado para mantener nuestros
cuerpos calientes, pasábamos tanta hambre que la piel mostraba todos nuestros
huesos. El vertedero no estaba cerca pero era el mejor lugar para encontrar
comida, no éramos los únicos hambrientos; había ratas, gaviotas, gatos y
gusanos, muchos gusanos. A mí no me
importaba compartir lo que encontraba,
en cambio mi hermana siempre se peleaba, sobre todo con los gatos y las
gaviotas, decía que le daban asco. Kara tiene mucho carácter, tal vez lo ha
heredado de papá, nunca lo sabremos, yo soy más tranquilo e inocente, me fio de
cualquiera que se me acerca. Una vez me
engañaron, un hombre me ofreció algo para comer que olía muy bien, y lo seguí
inocentemente hasta que me agarró por el cuello y me metió en una furgoneta, me
llevó al bosque y me ató a un palo en medio de la nieve para que muriera de
frío. Kara llegó un día después, ella me salvó. Ahora no voy a dejarla sola,
mal herida en medio de las vías y nevando, no puede moverse del dolor, ella que
siempre ha sido tan valiente. Cuando pasa un tren nos quedamos quietos, el
hueco que nos queda es muy pequeño y agachamos las cabezas para que al pasar
por encima de nosotros no nos golpee. Sin embargo, Kara es más grande que yo y
algunos vagones le rozan la cabeza provocándole profundas heridas que yo me afano
en lamer una vez han pasado todos. Kara empeora en un par de días, ya no quiere
comer, ni me habla, creo que se va a ir, como mamá. Ya ni salgo a buscar
comida, prefiero quedarme acurrucado a su lado, que sepa que no está sola.
Una
tarde se nos acerca un grupo de personas, llevan cosas en las manos y unos
palos largos, sé para qué sirven y me levanto en pie de guerra, no voy a
permitir que nadie pegue a mi hermana otra vez. Les muestro los dientes y gruño
enfadado, tal y como Kara me ha enseñado, pero no les doy miedo. De entre ellos
aparece una mujer, con una voz tan dulce que me hechiza en el acto, y me quedo
quieto mientras ella me acaricia la cabeza con suavidad. Otras dos mujeres
toman en sus brazos a Kara, esta gime de dolor pero no opone resistencia, y yo
las sigo voluntariamente, no quiero separarme de mi hermana.
Encerrado
en una jaula espero, no sé a qué, a mi alrededor hay muchas más y todas ellas con varios ocupantes, yo estoy
solo, y lo prefiero así, no me apetece estar con nadie. Intento escavar bajo la
puertecita metálica para escapar, pero el suelo está tan duro que me hago daño
y sangro. Veo las semanas pasar, y no sé nada de Kara. Se acercan dos hombres: “¿Qué
le pasa a este? ¿Está enfermo?” Dice uno con pelo en la cara “No, está triste,
lo separamos de su hermana que se recupera de una fractura en la cadera”, dice
el otro. “Veamos a su hermana entonces, tal vez me lleve a los dos”. No alcanzo
a entender de qué hablan, no le doy importancia, se van, y me duermo otra vez,
así no noto tanto la ausencia de Kara.
Al
despertarme, veo la puertecita abierta, y el hombre peludo me dice con voz
amable: “Ven aquí, grandullón”, eso sí lo he entendido, parece que quiere ser
mi amigo, me acerco desconfiado a su mano extendida, la huelo y con el rabo aún
entre las piernas voy lamiendo su rostro suavemente, y él se ríe “Bravo, buen
chico”. Me sube a su coche y mientras espero a que vuelva pienso en Kara, convencido
de que no la volveré a ver. No obstante, oigo su voz, cada vez más cerca y veo cómo
sube de un brinco al coche donde estoy tumbado, es ella, mi Kara. Nos olemos,
nos abrazamos y nos revolcamos como locos, las caricias no parecen tener fin.
Me
paso el viaje mirando por la ventana del vehículo, hay tanto que ver, tanto que
descubrir. Kara duerme tranquila junto a mí, y me doy que cuenta de que ahora soy
mayor que ella, y busca mi calor, mi protección.
Nuestro
nuevo hogar es una granja, ahora sé qué son los besos. Intentan enseñarme a
cuidar ovejas, pero soy demasiado salvaje y aventurero para ese trabajo, así
que me dedico a proteger la casa de intrusos, eso sí que se me da bien. He cambiado, y Kara también, ella se ha vuelto
sumisa, cariñosa y paciente, y le encanta jugar con los niños de la casa.
Cada
noche, corro a las montañas con todas mis fuerzas hasta que no me queda aliento,
y en lo alto aúllo bien fuerte, mi voz rebota entre los montes, no estoy solo,
puedo oír a mis hermanos que me responden.
Soy
Balto, en casa todos me llaman así, y yo no tengo dueños, yo tengo una familia.
Comentarios
Publicar un comentario